No puedes evitarlo, la ves y sientes que se acelera tu respiración. Quieres ser coherente, pero te ríes de cualquier tontería, sólo de nervios. Por fin logras estabilizarte y la charla fluye, como siempre, pero pronto te descubres distraída… en el brillo de sus ojos, en la textura de sus labios, en la elegancia de sus movimientos, ¡en su escote! Ruegas porque ella no se haya dado cuenta ¡por favor! Sientes claramente que te sonrojas y ella, intrigada, te pregunta, ¿estás bien? Tú, quieres morirte e inventas cualquier tontería –perdón, me distraje-, es que me vino a la mente algo que me pasó esta mañana, discúlpame…

Entonces, ¿qué me estabas diciendo? Cuando se va, la miras alejarse y temes que el sonido de los latidos de tu corazón se escuchen hasta allá donde ella va caminando, pero ni se inmuta. Y tú te quedas tratando de capturar su aroma, su sonrisa y la cálida sensación que te dejó el entrañable abrazo de despedida. No sabes si ella se da cuenta de lo que provoca en tí, te encanta. Lo que sí sabes, es que nunca tendrás el valor de confesárselo. ¿Por qué? Porque te da culpa lo que sientes, porque te han dicho que no es normal, porque te da miedo que se ofenda, y porque al final, esto tan lindo que sientes –estar enamorada- «no deberías sentirlo» por otra mujer, y te da pena lo que sientes… Así que mejor disimulas, lo reprimes, lo contienes, lo niegas y, por doloroso que sea te avergüenzas de ser quien eres.

Creo que ésta es una experiencia común entre los adolescentes en general; a veces lo que les hace sentir pena es la inmadurez, un bajo sentido de la autoestima, los cambios hormonales propios de su edad, o la falta de experiencia. Todo esto es parte natural del desarrollo y, tarde o temprano suele superarse. Pero no es el caso de los jóvenes que se sienten atraídos por personas de su mismo sexo. Aquí, la vergüenza puede haberse convertido en un introyecto que han asimilado desde muy temprana edad, y que le costará años superarlo si es que algún día lo logra. Se construyó, para empezar, con la resistencia de sus propios padres, maestros o vecinos cuando notaron que era «diferente».

Esta resistencia se da en forma de mensajes, sutiles o directos, de lo que ellos piensan que es «anormal», y que pronto empieza a traducirse –a nivel social- en discriminación.

«La discriminación por preferencia u orientación sexual sigue siendo de las que más mitos, falsedades, generalizaciones y demonizaciones evoca; al mismo tiempo, es factor (…) de burla, de promoción de odio y de violencia socialmente justificada y hasta exaltada… ¿Desde cuándo se aprenden estos conceptos sobre las personas homosexuales o bisexuales? Desde la más tierna infancia. ¿Dónde? En la casa, en la escuela, en el trabajo, con los vecinos, en los medios de comunicación. Por un lado, los conceptos alrededor de la homosexualidad se consideran vergonzantes, humillantes o terribles, y por el otro la mayoría de la gente y muchos profesionales aún creen [erróneamente] que esta preferencia es más un comportamiento que se aprende o que se practica por influencia, como vicio o mala maña, y que se puede llegar a evitar de alguna manera.»(1)

De acuerdo a la Enadis 2010, la edad promedio en que un niño descubre su orientación sexual es alrededor de los 10 años. ¿Cómo hace un niño o un joven para fortalecer su autoestima cuando recibe constantes mensajes violentos, burlones y descalificadores sobre su propia naturaleza por parte de sus figuras de autoridad más preciadas? Difícilmente lo logra. En cambio, crece en él una innecesaria y trágica vergüenza de ser quien es.

Y son testimoniales sobre este tipo de vivencias los que compartiremos en este espacio para ti. ¿El objetivo? Visibilizar el sinsentido del tabú, la crueldad de la indiferencia y lo doloroso de la homofobia y contribuir al esfuerzo colectivo de quienes trabajamos por los derechos de la comunidad LGBTTTI por erradicar el sufrimiento, la violencia, los suicidios y los asesinatos homofóbicos que amenazan a una gran cantidad de personas en nuestra sociedad, una de las cuales podría ser alguien a quien tú amas y que no tiene el valor de compartírtelo por el miedo y la vergüenza que ha aprendido a tener de ser quien es. Comparte, comenta y si quieres compartirme tu testimonial contáctame a través de esta publicación o por mail lilyan@gwmagazine.mx

 

(1) Luis Perelman Javnozon, Sexólogo educador. Presidente de la Federación Mexicana de Educación Sexual y Sexología, A.C. Miembro de la Asamblea Consultiva del Conapred, en la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México Enadis 2010.