Por: Federico Kampf

«Las personas del mismo sexo no se pueden casar, no pueden adoptar, eso es antinatural», o «Quien no esté de acuerdo con algo tan obvio como la libertad sexual es retrógrada, un hombre de las cavernas», son sentencias que manifiestan rechazo al otro, pero al otro que es uno mismo, se trata de una falta de conciencia de uno mismo.

Por otro lado, las personas políticamente correctas nos conminan a tolerar al prójimo, debemos tener tolerancia, pero eso tampoco es una salida justa, la idea de la tolerancia es una falacia, parte de un principio falaz, tolerar al otro, (que del latín se traduce como soportar). No se soporta a alguien, se le acepta y se le ama.

Hay que entender a éstas alturas que no existe el otro, todos somos parte de un mismo concepto. El «otro» es parte de mi percepción individual de la realidad, pero no existe fuera de ella.

Todo lo que percibimos y experimentamos ocurre a través de nuestra conciencia, más allá de que exista o no una realidad independiente de nuestra mente.

Nosotros somos los que le damos un significado a los hechos que se nos presentan, a estos patrones de información. Es ahí cuando, de acuerdo a nuestras experiencias e imaginario, conceptualizamos y le damos una categoría determinada a un hecho que se nos presenta como «real».

Todo esto, para entender que al final no existe una diferencia entre razas, sexo, religión, ni ninguna otra. En realidad, nada de esto importa en esencia. Cada persona cataliza y canaliza su propio significado de la realidad.

Solamente hay que liberar la conciencia, repasar procesos históricos, entender que existen siete millones de realidades diferentes. Hay que ser empáticos y amar a cada una de ellas.

Somos producto de la negociación de la realidad. De ahí viene la palabra conciencia, de co- gnosis, conocimiento acordado o convenido. El único compromiso es con nuestra propia conciencia universal.

No se trata de tolerancia, se trata de amor, la tolerancia es pasiva, el amor es activo, te amo porque eres parte de mi conciencia. Estás arrojado al mundo igual que yo, y al igual que yo, vas a morir. ¿No es eso suficiente razón para ser empático con el otro?, «No hay yo, siempre somos nosotros» postula Octavio Paz. Reconocer la existencia del otro es reconocernos a nosotros mismos. De ahí parte el amor.

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