Por: Mónica Velasco 

 

Sin temor a equivocarme y siendo madre de tres niñas pequeñas me atrevo a decir que la relación madre-hija no es una relación cualquiera. Es especial, duradera, marca y deja huella para toda la vida. Es un vínculo que se crea desde el vientre porque desde que nos sabemos embarazadas nuestros pensamientos y acciones cambian…todo se encamina hacia “darles lo mejor” a nuestros hijos.

Pero…¿qué significa “darles lo mejor”? No, no me refiero a darles lo mejor en términos económicos y/o monetarios (eso cualquiera puede hacerlo) sino a que como madres estemos dispuestas a ver y reconocer nuestros defectos y carencias y que hagamos el compromiso con nosotras mismas de trabajarnos para que nuestros hijos tengan un buen ejemplo a seguir, ofrecerles la mejor versión de nosotras mismas, capacitarnos, probarnos y modelarnos para ser una verdadera guía en su camino.

Ser madre es maravilloso pero también es aterrador porque significa confrontarme conmigo misma TODOS los días. Mis hijas (al igual que los hijos de cualquier otra persona) son el reflejo del comportamiento y las actitudes que ven y reciben a diario y que forman parte de mi personalidad. Así que la próxima vez que sus hijos hagan berrinche deténganse a analizar sus propias conductas y revisen fríamente a quien imitan con esos comportamientos tan molestos.

En ocasiones no somos conscientes de nosotras mismas hasta que nuestros hijos nos reflejan nuestras propias cualidades y/o defectos.

 

A veces, tendemos a idealizar a nuestros hijos e imaginamos cómo debieran ser o cómo nos gustaría que fueran para que cumplan nuestras “expectativas”. Sin embargo, nuestros hijos serán lo que quieran ser y sus cimientos serán las cosas buenas y malas que vean y vivan día con día mientras vivamos con ellos y hasta que tengan la consciencia y el valor para cambiarlo. Por tal motivo, es importante que lo que reciban a diario de nuestra parte sea bueno, de calidad, hecho con amor, que les nutra el alma y que les haga adquirir las cualidades y fortalezas que en el futuro harán de ellos personas de bien, personas mejores de lo que somos nosotros hoy.

Soy mamá de tres niñas y como a casi todas las niñas, también les gusta jugar a la mamá y a la maestra. Les gusta maquillarse, vestirse y disfrazarse. Les gusta jugar a que son mamá y aunque parezca gracioso e incluso halagador, su juego es uno de los recursos que utilizan para expresar su admiración pero también la forma en que me perciben y me viven. Así que no solo se trata de enseñarles a vestirse, maquillarse o usar tacones. No, eso lo pueden aprender solas. Se trata de guiarlas, acompañarlas, escucharlas, estar presentes y modelarlas para que “copien” de mamá todas esas actitudes, comportamientos y valores que formarán parte de su arsenal de recursos con los que en breve afrontarán la vida y que hoy por hoy considero que es “lo mejor” para ellas.

Ser mamá es mucho más que solamente dar de comer o cambiar pañales. Ser mamá significa estar presente en cuerpo y espíritu, ver, corregir, amar de manera incondicional, poner límites y reglas, jugar, escuchar atentamente a sus sueños e ilusiones, cuidar de su alma, proteger su integridad y disfrutar de su presencia y de su compañía. Ser mamá significa ser nosotras mismas solo que renovadas y mejoradas para que ellas reciban “solo lo mejor”.

Con mucho cariño deseo que este día de las madres celebren con más consciencia el rol que jugamos en la vida de nuestros hijos y que seamos capaces de regalarnos y regalarles una mejor versión de nosotras mismas. Sólo así podremos darles “lo mejor” y todos, saldremos ganando.

¡Muchas Felicidades!