Desde siempre ha existido gente que no puede con la diferencia: le incomoda, le repulsa, le asusta… porque en muchos casos la ignoran. Si algo es diferente se juzga y se condena; de la ignorancia surge el odio porque no se puede apreciar aquello que se desconoce.
Hace apenas 30 años la Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó la homosexualidad del listado de enfermedades mentales. Es muy poco tiempo el que ha transcurrido desde que la orientación sexual distinta a la heterosexual dejó de verse como un problema psiquiátrico.
De ahí nace la homofobia, de ver algo como “malo”, “anormal”. Se le define como la aversión hacia la homosexualidad y generalmente también a las personas de la diversidad sexual. En pleno siglo XXI según Amnistía Internacional, aún existen más de 70 países que persiguen a gente con una orientación sexual diversa. Ocho de estos países la castigan con pena de muerte.
Este tipo de discriminación va desde rechazo velado, hasta agresiones verbales, físicas y asesinatos. Está normalizado burlarse y ver despectivamente a la gente LGBT+. Incluso la gente conocida o seres queridos pueden agredirles.
Karla fue a la despedida de soltero de un amigo. Ella es abiertamente lesbiana y acudió a un bar de strippers donde sería el festejo. Llena de curiosidad llegó al lugar; sonaba divertido estar entre amigos y tomar unos tragos mientras disfrutaban del espectáculo. Llegó hasta un salón privado donde estaba el novio y su concurrencia, unos nueve chicos más. Bebieron unas cervezas y llegó una bailarina que comenzó a bailar en medio de la sala. Karla estaba animada, sin embargo, las conductas de los invitados la comenzaron a incomodar. Uno de los hombres se le acercó a la bailarina y la tomó con fuerza del cabello. Volteó y vio al menos a tres de más de los chicos con miradas lascivas, incluso dos de ellos se frotaban la entrepierna. El hombre que se le acercó a la bailarina le gritó “Hey, ¿y si se dan un beso?” Karla abrió los ojos y antes de poder contestar, el hombre exclamó “¿pues qué no eres lesbiana?” Ella tragó saliva y salió lo más rápido que pudo. “Las piernas me temblaban. Me sentí muy mal, como si el ser lesbiana me convirtiera en parte del placer masculino.”
La homofobia está tan normalizada que muchos creen que la gente LGBT+ es objeto de diversión y que el que sea blanco de burlas, desprecio y odio es parte de ello.
“Toda mi vida me gustó juntarme con niñas. Ellas me entendían y yo las entendía a ellas. Cuando llegué a la adolescencia, y empezaron las salidas, una amiga distinta iba por mí a casa haciéndose pasar por mi novia. Me daba mucho miedo que mi familia supiera mi secreto. Mi papá siempre se jactó de que su hijo era todo un macho alfa, el todas mías. Amo a mi familia, pero es muy machista. Nunca dije que soy gay, aunque ahora a mis casi 35 años, sé que sospechan algo.” Mario sigue sin “salir del clóset” oficialmente, aunque intuye que su familia ya lo sabe.
La homofobia es alimentada por la mentalidad machista que aún está muy arraigada en la cultura de muchos países del mundo. Crímenes de odio contra la comunidad LGBT+ gritan que la lucha contra la homofobia se debe fortalecer. En el año 2019 se incrementaron en casi un 30 % en México estos asesinatos según la organización Letra S.
Lo cierto es que el camino del arcoíris cada vez gana más aliados que creen en la diferencia. Como dijera la gran Maya Angelou: “Si siempre intentas ser normal, nunca descubrirás lo extraordinario que puedes llegar a ser.”