Por: Lau Alvarado

 

Con cariño para Fedus

 

Tengo la sensación de la prioridad en la vida de las generaciones que nos anteceden, no era la felicidad, sino la aceptación social. Una terrible regla social que obligaba a las personas a meterse en un molde incómodo y poco adecuado. ¡A fingir todos!

Qué difícil es ponerse un zapato que no te viene bien, la incomodidad genera callos después deforma tus huesos y produce dolor.  Ese terrible sentimiento que se deposita en un obscuro rincón del ser, donde se acumularon los deseos incumplidos, los amores mal entendidos, las pasiones limitadas, el ego lastimado y las palabras reprimidas. Ese dolor que se volvió enojo, que controla las acciones del ser y que lo hace lastimar a otros.

 

Esa punzada que aprendimos a cargar, no emite sonido ni sensación; que sale de vez en cuando a través de ansiedad, depresión, o alguna enfermedad. Esa incomodidad que no queremos resolver, pero tan poderosa como para unirse a la colectividad universal de la negatividad. Esa colectividad universal negativa que es la creadora del miedo, la inseguridad y la situación actual no sólo de nuestra ciudad, nuestro país, sino de nuestro  mundo.

 

Como madre lo entendí hace muchos años, avancé repitiendo los patrones aprendidos, ejerciendo las enseñanzas y castigándome al descubrirlas. Gracias a mis continuos esfuerzos por resolver ese dolor, mi amor por la paz y el enorme amor hacia mis hijas, descubrí que mis necesidades personales de reconocimiento debían ceder paso a las necesidades del universo por contar con seres de mayor inteligencia emocional y conciencia colectiva.

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Como madrastra aprendí también, que no importa si es mi sangre, lo que verdaderamente importa es que es un alma más, necesitada de cariño y que soy un ser con mucho amor para compartir. Ese mismo amor de madre, que perdona, que comprende y que reintenta, dirigido a otros por reflejo, por conciencia, por humanidad.

 

El amor es un shot de energía positiva que crea cosas increíbles; es por ello que la madre que cuida, guía y enseña a sus hijos es tan respetada en nuestra cultura. Porque son acciones que nacen de un amor indescriptible que permite superar cualquier cosa, que impulsa a la evolución a través de un poco ó mucho sacrificio.

 

Ese sentimiento no es único de las madres, lo he visto también en los padres, padrastros, en los hermanos y en los amigos; cuando una persona desarrolla un sentimiento tan fuerte capaz de ayudar al prójimo no importan los lazos de sangre. Importan los lazos de amor, esa energía es la que necesitamos contagiar y sólo seremos seres de luz si trabajamos en curar nuestros dolores y armar nuestros amores.

 

El amor no exige, no reclama, no pide correspondencia, el amor cede, reintenta y se entrega. Sin reconocimiento, sin intención, es un regalo.

 

Así es que, en este mes donde festejamos el amor a la madre, además de agradecer a nuestra madre por su esfuerzo y su dedicación, hagamos un esfuerzo para reflejar ese amor hacia otras personas y renovar nuestra comunidad. Usa ese amor inmenso que sientes en tu trabajo, para perdonarte y trabajar en tu persona, tal vez para perdonar al que te trató mal porque sufría o no entendía (como seguramente lo hizo tu madre), ayudar al desvalido, y enseñar a los hijos la importancia de crecer colectivamente para sanar este mundo tan dolido.

Con mucho amor,

Lau Alvarado

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