Por: Lilyán de la Vega 

Coach de vida

A Daniel le gustaba Carmen. Era monísima, se arreglaba bien, olía rico. Pero no le atraía de manera romántica, como sabía que ella estaba interesada en él. Cada mañana, cuando se sentaba en su pupitre y tenía de frente la cabellera de Carmen, pensaba que era una niña encantadora. Además, eran muy cómplices, se identificaban en muchas cosas y pasaban el tiempo juntos. La relación fue haciéndose más cercana y, un día, calculando que andar con ella le ayudaría a disimular sus verdaderos sentimientos, decidió pedirle que salieran. Tuvo una esperanza secreta: quizá terminaría por enamorarse de ella y podría arreglar su vida [como si hubiera algo que arreglar], olvidarse de la atracción que sentía por otros chavos desde que tenía memoria y hasta tener una vida “normal” [como si la homosexualidad no fuera “normal”].

La relación era fácil. Se gustaban, se divertían, la pasaban bien. Pronto, Carmen lo invitó a comer a su casa, para presentarle a sus papás. Daniel sintió un vacío en el estómago. ¿Era necesario tanto formalismo? Pero [alentado por el miedo a ser “descubierto” y rechazado], decidió seguir el juego, sabiendo que era la mejor manera que tenía de evitarse los molestos comentarios de su familia [sentían vergüenza porque desde siempre habían notado que él era “diferente”], sobre cuándo iba a tener novia. Y si de todas formas tenía que “arreglar” su vida, éste era el momento perfecto.

Esa tarde, Carmen estaba nerviosa. Se arregló especialmente para la ocasión, se puso unos jeans ajustados y una playera pegadita que le hacía sentirse atractiva. Ayudó a su mamá a poner la mesa y se aseguró de que todo estuviera perfecto. Cuando tocaron el timbre, el corazón se le aceleró. Se asomó discretamente por la ventana para verlo y escuchó a su hermano Manuel caminar hacia la puerta.

Cuando Daniel tocó el timbre se sentía tenso. Algo dentro de él le decía que lo que estaba haciendo no era lo correcto [pero también se sentía acorralado]. Quería a Carmen, le gustaba mucho, pero no lograba sentirse enamorado [porqué, ¿cómo puede cualquier ser humano obligarse a sentir amor o atracción por alguien a voluntad]. ¿De verdad iba a vivir toda su vida con una mentira? No veía muchas más opciones. Sentía vergüenza y mucho miedo [al aislamiento, a la burla, a la discriminación, al maltrato], ante la mera posibilidad de que alguien más supiera su verdad.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por los pasos de alguien que se acercaba a la puerta. Trató de desechar sus pensamientos, anticipándose a la sonrisa perfecta de Carmen que aparecería en cualquier momento.

–Hola, –dijo Manuel al abrir la puerta, mientras sonreía con esa misma sonrisa irresistible que tenía Carmen—Daniel, ¿verdad?

–Hola. –contestó Daniel, turbado y dejando de darle vueltas a su mente por un momento —Sí, Daniel. ¿Es la casa de Carmen?-–preguntó sin pensar en algo más inteligente que decir mientras sentía que el corazón se le salía del pecho. Éste tenía que ser el hermano, pensó, mientras sentía el rubor que se le subía a las mejillas. ¡Contrólate! [como fuera posible “controlar” la química entre dos seres que se sienten atraídos].

–Soy Manuel, hermano de Carmen. Pásale, ella está por bajar. –Los ojos de ambos se quedaron enganchados tres segundos más de lo necesario. Hasta que Daniel reaccionó y entró a la casa.

Aunque Carmen y Daniel terminarían su noviazgo algunos meses después, fue esa tarde cuando la relación terminó para Daniel. [Claro, la narrativa externa era distinta, porque eso era lo que le garantizaba mayor seguridad. Pero en la narrativa interna, él dejó de intentar sentir algo por Carmen].  Su atracción hacia Manuel fue inevitable, no dejaron de conversar animadamente durante toda la comida, lo que a Carmen no le hizo mucha gracia, porque no llevaba una relación muy buena con su hermano menor.

Daniel y Manuel se hicieron grandes amigos. Salían de antro, iban a caminar al centro comercial de moda, y poco a poco comenzaron a pasar más tiempo juntos, mientras que las salidas de Carmen y Daniel se iban espaciando. Carmen se sentía muy molesta y, un día, enojada, le dijo a su novio: “¡Parece que te interesa más mi hermano!”. La confrontación para Daniel fue tanta, que aprovechó para dar por terminada la relación expresando lo ofendido que se sentía [una reacción típica de quienes no logran asumir su homosexualidad y tratan de evitar así la vulnerabilidad]. Así, se deshizo de ese noviazgo que nunca había logrado conquistar su corazón, pero que no sabía cómo terminar.

Por su parte, la amistad entre los dos chicos se intensificó y, por momentos, caminó, como un equilibrista, por la delgada línea que divide la camaradería y la atracción: un abrazo que se alarga, una mirada que se esquiva, unos milímetros más cerca de lo común… pero no pasaba de ahí. En especial porque, aunque Manuel buscaba a su amigo día y noche, también le hablaba de una chica que le gustaba. Y Daniel se contó esta historia [narrativa interna], si le confesaba su amor, podía asustarlo, alejarlo. Y la perspectiva de perder esa presencia tan valorada para él, era mucho más dolorosa que la de jamás decirle la verdad.

Hasta que dejó de serlo. Y un día, tomó valor, se guardó la vergüenza en el bolsillo y se lo dijo. Manuel le dio un abrazo largo. Y haciendo realidad su miedo más profundo, se alejó para siempre. Dos años más tarde, Daniel lo vio a lo lejos en un bar gay. Cuando trató de acercarse a saludarlo, Manuel se fue del antro.

Daniel nunca sabrá si Manuel sentía lo mismo por él. Este último encuentro lo hace suponer que sí. En el caso de Daniel, él encontró un camino hacia la autoaceptación, encontró apoyo en su familia y hoy vive sin máscaras, como el ser humano completo y realizado que es. Decidió contase otro cuento, decidió escribir su historia con la pluma de la autenticidad, armonizando de esta forma las narrativas internas y externas en una sola. Todo hace suponer que, en el caso de su amigo, las cerraduras de su clóset eran mucho más fuertes, y no logró romperlas. Y en un acto de autoprotección, originado en su miedo y su vergüenza, se alejó. Era preferible no estar en la mira, que fuera Daniel el señalado, para que él pudiera quedarse “a salvo” en su propio armario. A salvo del mundo, pero nunca a salvo de sus propios miedos.

¿Qué historias nos contamos? ¿Cómo difieren las narrativas internas de las externas? ¿De qué manera moldean nuestras historias los prejuicios de los que somos sujetos? Aquello de lo que se supone deberíamos avergonzarnos, aquello que se supone que es o no legítimo sentir, ¿nos limita en nuestra búsqueda de la felicidad? Peor aún, ¿moldea nuestras propias creencias acerca de nosotros mismos? ¿modifica nuestras experiencias?

Lo bueno de los cuentos, es que siempre es posible transformarlos, reinventarlos, reescribirlos. ¿Cómo quieres transformar el tuyo? ¿Qué pluma eliges para escribir tu narrativa? ¿La de la autenticidad que termina por romper tabúes y te libera, o la del miedo, que te encierra con tus propios monstruos?